La Geometría de la Abundancia
- ALAN MENDOZA
- 14 oct
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 26 nov
La abundancia no es un exceso: es una forma.
Durante mucho tiempo creímos que producir más significaba tener más. Que la riqueza era una montaña que debía crecer hasta rozar el cielo. Pero el campo, paciente como siempre, nos revela otro patrón: la abundancia verdadera no se expande hacia arriba, sino hacia adentro y hacia afuera, formando círculos, espirales y ramificaciones.
Si uno observa los negocios vivos descritos en el capítulo anterior, notará que ninguno crece como rascacielos. Crecen como hongos, como raíces, como constelaciones. Se multiplican en red, no en altura. Comparten, no acaparan. Resuenan entre sí, como ondas en un estanque cuando cae una única gota.

Esa es la geometría de la abundancia: un modelo donde cada elemento sostiene a otro, donde el crecimiento no depende de la dominación, sino de la interconexión.
Un campo regenerado produce siguiendo este principio.
Las plantas se organizan en patrones que optimizan la luz y el agua.
Los microorganismos crean redes circulares que distribuyen nutrientes.
Los ciclos económicos se acomodan como mosaicos que encajan sin desperdicio.
Nada está fuera de lugar porque todo está relacionado.
En este nuevo mundo, la abundancia deja de ser una meta y se convierte en una consecuencia. Surge de decisiones pequeñas: no erosionar el suelo, no romper la comunidad, no acelerar más de lo que el ecosistema puede sostener. Es una geometría que exige paciencia, porque los círculos solo aparecen cuando la vida encuentra equilibrio.
Los negocios vivos adoptan esa misma lógica.
No buscan monopolios, sino simetrías.
No acumulan capital, acumulan relaciones.
No crecen solos, crecen acompañados.
Cada negocio se convierte en un punto dentro de un tejido más amplio, y su prosperidad depende de su capacidad para mantenerse conectado. En estas redes, la abundancia fluye: llega a quien la necesita y regresa a quien la dio. Es un movimiento continuo, como el de las estaciones, como el de la savia en los árboles.
Lo más sorprendente es que esta geometría puede calcularse, medirse y diseñarse. Las tecnologías conversacionales, los sensores del suelo, las plataformas de cooperación y las certificaciones transparentes permiten observar la abundancia como quien observa un mapa celeste: patrones, líneas, equilibrios, ritmos.
Comprender esta geometría cambia la forma de tomar decisiones.
El agricultor ya no piensa solo en su parcela, sino en su comunidad.
El emprendedor ya no mira solo su empresa, sino el territorio entero.
El consumidor ya no elige solo por precio, sino por impacto.
La abundancia, así entendida, no es un resultado económico: es una forma de vida.
Y al reconocerla, el campo revela su secreto más antiguo:
la riqueza del mundo no está en cuánto tomamos,
sino en cómo nos conectamos.




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